Por Jesús Méndez Jiminián
“Si Santana se va pal Seíbo, mamá yo me voy con él; por no volverme a encontrar con lo negro e Jacomel.”
Pedro Santana renunció a la presidencia de la República en el verano de 1848 “invocando quebrantos de salud”, siendo reemplazado por el general Manuel Jimenes, un ex-trinitario, de quien Charles Callan Tansill en su obra “Los Estados Unidos y Santo Domingo (1789-1873)” dice que estando en el ejercicio del poder “no tardó en descubrir que sus deberes ejecutivos interferían seriamente con sus gustos” de consumado gallero.
Más adelante, Tansill anota que Jimenes, ya estando en el poder, “pronto todo su tiempo estuvo dedicado a la limpieza, al entrenamiento y a las peleas de gallos, siendo necesario frecuentemente el envío de leyes del Congreso y otros documentos oficiales a la gallera para su aprobación y firma” (pp. 156-157).
Por su parte, Charles Christian Hauch en su obra “La República Dominicana y sus Relaciones Exteriores (1844-1882)”, comenta que veía en Jimenes a una persona no apta para ocupar la presidencia, ya que “no era capaz de entrar en el juego político”. Y luego anota de éste, que:
“Era de temperamento indolente y le faltaba la habilidad propia de un ejecutivo. No sabia cómo controlar o manipular a los jefes locales, un requisito tan importante para mantenerse en el cargo. Su principal interés- continúa diciendo -, y al que dedicaba la mayor parte de su tiempo, era la pelea de gallos”. (p.52)
Hauch, cita el hecho de que “El agente especial norteamericano, Benjamín F. Green comentaba (respecto a Jimenes, en 1848, n. de j.m.j.) que… pasaba todo el tiempo peleando, acicalando, topando y jugando gallos, al extremo de que más de una vez fue necesario llevarle a la gallera documentos oficiales que requieran su aprobación y su firma”, lo que corrobora con lo expresado más arriba por Tansill.
Jimenes era tan incompetente para ocupar la presidencia, como a la vez despreocupado e incapaz, que sus adversarios políticos, entre ellos Santana, y Báez por su lado, le enrostraban su falta de entusiasmo para hacerle frente al peligro latente de invasión haitiana.
La falta de liderazgo de Jimenes se hizo tan evidente, que en mayo de 1849, apunta Tansill en su citada obra, “al atravesar un ejército haitiano la frontera dominicana (…), surgió entre los dominicanos la ‘mayor consternación y alarma’ ”. Pero, es apuntar aquí, que ante este inminente peligro en el que vivíamos, algunos dirigentes políticos locales veían como forma de frenarlo el que nos acogiéramos al protectorado de una potencia extranjera y levantáramos su bandera.
Por ejemplo, Buenaventura Báez vio nuestra tabla de salvación en “una intervención francesa”; Santana era partidario de un protectorado español, aunque por poco tiempo hizo causa común con Báez; otros, en el control británico. Sin embargo, Jimenes para marcar la diferencia “recurrió a los Estados Unidos, y en una entrevista privada con el agente comercial norteamericano, Jonathan Elliot, inquiría si los dominicanos podrían “anexarse” a la gran republica norteamericana”. Los únicos, que afortunadamente estaban en contra de todas estas malsanas y descabelladas acciones eran los duartistas, pero se encontraban dispersos y muy alejados del poder político.
Las pretensiones inglesas cobraban fuerza por aquellos días con la designación como cónsul en Santo Domingo de Sir Robert Schomburgk, quien comenzó a promover con mucho entusiasmo al ocupar sus funciones, “las ventajas del control británico”. Algunos miembros de la diplomacia norteamericana, específicamente, vieron en la designación de Schomburgk como “encargado de negocios la sesión de la bahía de Samaná a la Gran Bretaña”, y a la vez, un obstáculo serio a sus propósitos de negociación, y que Jimenes no tenia control de otros poderes políticos. Por ejemplo, desde el Congreso, Báez era un adversario muy difícil para Jimenes, y negociaba a su antojo con Francia un préstamo dejado por Santana, de diez millones de francos con un 10% de interés, cuya garantía sería la cosecha de tabaco del Cibao.
La incapacidad de Jimenes, quien se cruzó de brazos, llegó al colmo de no hacer esfuerzos serios, para enfrentar a las tropas haitianas comandadas por quien don Emilio Rodríguez Demorizi en su obra “El General Pedro Santana” llama “el siniestro Emperador de Haití”, Faustino Soulouque, en su intento de reconquistar el territorio dominicano.
Báez, ejerció entonces influencias para que el Poder Legislativo, ante el peligro de invasión haitiana, le enviase a Santana que se encontraba en su hacienda de El Prado, en El Seibo, una resolución para que se “hiciese cargo del ejército que enfrentaría a Soulouque”, quien avanzaba con sus tropas hacia la capital dominicana a comienzos de 1849.
“Sabiendo que si Santana regresaba- dice Hauch- y se hacía cargo del ejército, su persona y posición estaban en el aire, Jimenes dudó, pero al fin accedió. El Libertador (Santana, n. de j. m. j.) salió al encuentro y puso en fuga a los haitianos antes de que llegasen a la ciudad de Santo domingo, presa de pánico. Una vez derrotado el enemigo, Santana emprendió otra lucha, cuyo objetivo era Jimenes, y para ello, emprendió la marcha a la capital con 6,000 hombres. La actitud del presidente de declarar a Santana traidor, fue una amenaza sin sentido. Después de un sitio que duró unas dos semanas, los agentes británico, francés y norteamericano gestionaron la renuncia de Jimenes, que salió rumbo a Curazao el 29 de marzo de 1849, después de haber ocupado la presidencia menos de nueve meses”.
Santana, pese a que tenía el control del ejército y una buena cuota de poder político, no optó por la presidencia, y en cambo la cedió a Báez, que entonces era su aliado, el 24 de septiembre de 1849, después de unos sucesos tormentosos en los que “el León del Seibo” se vio involucrado. Ambos dirigentes coincidían por aquellos días “en asegurar el protectorado francés”, pese a las dudas de Santana.
Perth Amboy, Nueva Jersey, USA.
9 de abril de 2012
El autor es ingeniero, escritor, miembro de la Academia Dominicana de la Historia y de la “Cátedra José Martí” en la UASD.