Por José C. Novas.
La palabra “don” fue adaptada al castellano, pero su origen viene del latín, es una derivación de “donaire” cuyo su significado es tener gracia y calidad humana; en la lengua de Servantes “don” califica a las personas respetables, admiradas, y dotadas de virtudes. El vocablo es de uso común en la región hispano parlante del Caribe, su pronunciación irradia sentido de distinción y honor. Este término ha sido fuente de como el drama clásico de José Zorrilla “Don Juan Tenorio” o el verso insertado de la canción “sarandunga” del compositor cubano Compay Segundo, “Cuando yo tenia dinero, me llamaban don Tomas, ….”.
En el presente relato, el uso de la palabra “don” tiene sus bemoles, el mote le fue estampado a un personaje poco merecedor de su significado, porque en su conducta era un verdadero delincuente, protegido por la sombra de un gobernante hermano suyo; esto parece repetirse en el vaivén cotidiano de los dominicanos, no hace mucho a un capo de las drogas llamado Quirino Paulino, le decían “El Don” en una zona del país y mientras llenaba el mundo de estupefacientes y sustancias narcóticas, se movía a sus anchas con el apoyo de altos militares y funcionarios del gobierno.
Pero la anécdota aquí contenida refiere a un fullero que llamaban “Don Pipí”, cuyo nombre real era Romeo Amable Trujillo Molina, hermano del dictador Rafael L. Trujillo Molina. Don Pipí era persona de escasa escolaridad, pero su habilidad para engañar era asombrosa. No tuvo cargos de importancia durante el régimen de Trujillo, el dictador conocia su conducta y lo mantuvo en puestos de bajo perfil, aun así “don Pipí” actuaba como un felino en el tráfico de influencias; igual que otros del clan Trujillo se hizo rico bajo la sombra de su pariente.
Una de las características de “Don Pipí”, contrario a otros en la familia, era que al parecer se sentía a gusto entre las personas ordinarias, con frecuencia se le veía compartir con amigos por los sectores populares de la capital, era mujeriego, y dejo varios hijos en distintas concubinas. Pipí fue apostador empedernido, prefería las peleas de gallos y su mayor prenda era hacer trampas y fullerías; sus ingresos le provenían de su habilidad de tahúr y de alquileres de casas que poseía por los barrios de la capital, las que compraba bajo extorsión o amenaza a precios por debajo de lo real, aquel que no le pagara a tiempo las mensualidades del alquiler, pasaba un mal rato.
Donde mas frecuentaba Pipi era al barrio San Carlos, por allí había vivido un tiempo, en aquel sector se entretenía y tenía una traba de gallos de peleas en el área conocida como “las cinco esquinas”, es decir, en la confluencia de las calles Abreu, Montecristi, Del Monte y Tejada, Pimentel y la Eugenio Perdomo. A Don Pipí le encantaban los tragos, a veces mientras jugaba domino doblaba el codo entre paso y capicua; el único empleo que se le conoció, fue en una oficina que controlaba las prostitutas, era una clínica del gobierno, la que operaba como si fuera su negocio propio. El dispensario estaba en la ciudad intramuros y tenia un registro de las mujeres que trabajaban en los prostíbulos, supuestamente para prevenir las infecciones venéreas, allí se expedían permisos para ejercer prostitución dentro y fuera del país.Durante el régimen, don Pipí fue el encargado de esa clínica y el certificado que allí se emitía también servía para ir a trabajar prostitucion en el exterior, a ese permiso la malicia popular le llamaba “la targeta de Don Pipí”, toda mujer sorprendida en un prostíbulo que la tuviera era multada, tampoco podía viajar a trabajar al exterior sin este documento, los propietarios de los cafetines que las empleaban eran igualmente amonestados.
Don Pipí fue abusador en extremo, cuentan que una vez mientras viajaba en automóvil por una concurrida calle de la capital, y un chofer de los que llaman “Concho”, por accidente rayo el vehículo de “Don Pipí”, quien se detuvo y con calma parsimoniosa se bajo del auto, se identifico y le dijo al conductor: “Yo soy Romeo Trujillo, aquí tiene las llaves, lléveme a casa un carro nuevo, que éste yo no lo quiero”. Imagine usted, por el apuro de aquel infeliz conductor a raíz del incidente. Haciendo trampas Don Pipí hizo fortuna, cuentan los descendientes de la familia Melo Sánchez, que poseían un almacén y vivían en la calle Emilio Prud’Homme de San Carlos, que el padre quiso vender la casa para acomodar mejor su familia, Don Pipí vio la oferta en los clasificados, y fue a la propiedad a decirles que la casa estaba muy cara, que si no se la vendían al precio que el sugería, tenían que desistir de la venta y quedarse en ella, los Melo Sánchez, que ya se habían mudado a otra casa, no tuvieron otra que regresar a su viejo hogar para evitar problemas con don Pipi.
Don Pipí residió en San Carlos, en una casa ubicada entre la Abreu y la Montecristi, cuyo patio colindaba con la calle Pimentel, donde estaba la empresa “Codofalto”, de otro hermano suyo llamado Pedrito, era dirigida entonces por Guaroa Liranzo; al producirse la fuga de los Trujillo, Liranzo estaba a cargo de la misma. Con la estampida, la casa de Don Pipí en San Carlos fue ocupada por varias familias, y como otras propiedades de trujillistas, fue vandalizada; a esa casona se le conoció después como “el barrio Don Pipí”. Desde San Carlos “Don Pipí” se fue a una mansión ubicada en la esquina de las calles Aristides Fiallo Cabral y José Desiderio Valverde por la llamada zona universitaria, vivienda que también fue objeto del bandalismo por turbas enardecidas a partir del 20 de noviembre de 1961. Hay infinidades de cuentos y anécdotas sobre las ocurrencias de “Don Pipí”, se dice que a veces llegaba con sus amigos a las frituras, comían sin control, y a la hora de pagar, Pipí sacaba un billete de alta denominación, de modo que el friturero no tuviera suficiente efectivo para devolverle, igual lo hacía en los colmados cuando compraba bebidas para sus parrandas.
En una ocasion nos contaba Luis M. Mateo, un veterano del ejercito, que se vio envuelto en un incidente con “Don Pipí” en Rancho Arriba, San Jose de Ocoa en 1958. En aquel paraje “Mateito”, era jefe de puesto y un domingo, al cuartel llegaron varios campesinos a poner una querella. le dijeron que en la gallera había un hombre de la capital que apostaba a las peleas y cobraba cuando ganaba, pero no pagaba cuando perdía. El sargento salió a investigar y confirma que se trataba de “Don Pipí”, a quien conocía, porque había trabajado en la Hacienda María, una de las casas campestres del dictador. El sargento Mateo no arresto a Don Pipí, pero antes que partiera de Rancho Arriba, le dijo que informaría a sus superiores en la fortaleza de San Cristóbal sobre el incidente, ya que los campesinos le pusieron un reclamo de pago por las apuestas perdidas por don Pipí; a los pocos días, a Rancho Arriba fue una patrulla del ejercito a buscar preso al sargento Luis M. Mateo, lo llevaron detenido a San Cristóbal, fue degradado en su rango y le echaron 30 días de arresto, le informaron que el castigo fue “por cuestionar la conducta de un miembro de la familia Trujillo”. La desgracia de “Mateito” pudo resolverse gracias a la intervencion del mayor Juan Soriano L, amigo intimo de Trujillo y compadre del sargento, que al fin fue perdonado.
Estoy de acuerdo con que se instale un Museo para exponer las obras y los hechos durante el régimen de Trujillo, y actuaciones como estas no deben faltar en ese museo, es necesario que se escuchen todas las campanas, de manera que la historia se corresponda con la verdad. Que hubo obras físicas, de eso no hay dudas, que la represion hacia percibir que había orden, también es verdad; si el oprobio conlleva al crimen, lo que pueda parecer progreso es un precio muy alto; no me opongo a que se levante un Museo de le Era de Trujillo, se haría justicia si los logros de esa etapa, se atribuyen al trabajo y el esfuerzo del noble pueblo dominicano.