Colaboraciones

Mi viaje a Los Pollos

Imagen de Duvergé.
Por Rafael L. Perez y Perez.
Hace ya año y pico y estando yo de vacaciones universitarias en mi pueblo Duvergé, que mi padre , señor Rafael Leonidas Pérez  Peña, a eso de las 3:00 p.m. aproximadamente, me dijo que me prepara, que íbamos a buscar un chivo de unos que un señor de Los Pollos le tenía criando a la medias. Yo me alegré bastante porque además de que conocería ese paraje de la sección de Angostura, sección a su vez perteneciente al distrito municipal de Mella, y éste a la provincia Independencia, en el suroeste de la República; “sudaría” un poco la “fiebre” de mi novatada al ir manejando su viejo jeep del 1963 marca “Willys” en el cual fue a invitarme.
Así que me preparé enseguida y cuando mi papá regresó de buscar una soga y otras cosas, al verme que  iba “tirado” para el mencionado paraje me regañó diciéndome: “!Ah, no! ¿Y es para la capital que vamos?”. Seguí de necio y no me quité la ropa que aunque no era muy nueva, sí estaba bien lavadita y planchadita, y en cambio le contesté: ¡Despreocúpate papá que no me ensucio!
Mi padre no quiso seguir discutiendo conmigo y antes de irnos fuimos a buscar (ya yo al volante) a su casa de la Sánchez, al señor José del Carmen Moquete Andino (Carmelo), su cuñado y tío político mío.
Las ganas de tomar la carretera y participar en mi “Grand Prix” me hicieron acortar distancias para abastecer de combustible en la única estación gasolinera del pueblo, al trotón yip (que “bebía” más gasolina que agua la rana que en la fábula quiso ser tan grande como el buey).
Al fin partimos, y consumando mi obsesión, mi pie derecho “hundió hasta lo último” el acelerador del vehículo. Me tragaba la carretera. Y la brisa se llevaba las advertencias de mi papá de que no corriera mucho, que mantuviera mi derecha.
Cuando abandonamos la carretera para adentrarnos en el monte, empecé a entender lo que mi padre quiso decirme al reprocharme la “caída” que llevaba puesta. El polvo del camino nos asfixiaba. A medida en que avanzábamos este camino se hacía más abrupto y pedregoso. Guasábaras, chumberas, cayucos y bayahondas luchaban por la virginidad del monte. Parecían querer cerrar el camino. El motor del yip (me gusta más escribir esta palabra como suena jeep en su pronunciación) tenía “taquicardia”. Quería demostrar una vez más su potencia. Lo habían hecho para esto. Los neumáticos se hundían como garras de tigre en el lomo del cerro. El yip lo subía en segunda.
¡Cuántos recodos Dios mío! Ni El Laberinto de Creta. Equivocados nos metimos por uno y cuando nos dimos cuenta, ¡ni Napoleón desde la alto de las pirámides! El terreno era aquí más escarpado,  frené y puse la primera instintivamente. Me dijo mi papá que diera “reversa para tomar el camino real”. ¡Ay, mamá! ¡Quité la primera y puse sin frenar el solicitado cambio! ¡Para abajo nos íbamos a mil! Pero… ¡Que frenazo! Y mi padre antes de que yo ejecutara otro acto me ordenó que mantuviera el freno en lo que él se desmontaba, daba la vuelta y tomaba mi lugar. ¡En verdad que sudé la gota gorda! Carmelo de seguro que pensaría algo como “¡Mamá..!, ¡¿en qué me he metido?! ¡Bueno que me pase por “bolero”!
Seguimos. Dejamos momentáneamente esa parte abrupta del camino y caímos en la planicie de El Espartillar (se denomina así por el espartillo que crece abundantemente en este lugar).
Por aquí Carmelo me cuenta la leyenda (llamémosle así) de La Turca.
Una mujer que según una versión la mataron unos desconocidos creyendo que de Haití traía dinero, “en el segundo portezuelo del lado arriba de Angostura hacia Cabral”.
Otra versión dice que a La Turca la mataron un poco más allá de la entrada de La Acequia aproximadamente a 3 kilómetros al oeste de Angostura.
(En La Acequia los hombres de Duvergé cortaban el árbol denominado “candelón”, un árbol parecido al córbano; para hacer cilindros o “mazas” de trapiche. También hachaban bayahondas para horcones de casa. Es bueno decir que la madera de espinillo que adorna el Auditorio del Banco Central en Santo Domingo, la trajeron si no toda, la mayor parte, de este municipio suroestano de Duvergé).
Pero las dos versiones coinciden para decir que algunos jinetes que transitaban por estos páramos a media noche o muy de madrugada, oían los desgarrados gritos de agonía de la desdichada mujer.
En las “Cosas Añejas” de César Nicolás Penson debió aparecer este relato. Ricardo Palma lamentaría que no haya “acontecido” en su Perú. Pero éste hecho ocurrió muy posteriormente a la narrativa de nuestro eximio escritor, y sería un absurdo que el autor de “Tradiciones Peruanas” incluyera en su obra una leyenda dominicana, además de estar fuera también de la época en que se montaron sus escenarios.
(Para ubicar topográficamente al lector, decimos que a Barahona desde Duvergé se iba por Palmar Dulce, Angostura, Lemba, Las Salinas, Cabral y Cachón por el antiguo camino).
Aunque estudio medicina y sé que eso de los gritos es un absurdo, pero como mi personalidad se desarrolló en un pueblo (por no decir un municipio para no dejar de darle más vida a la expresión) pegado a la frontera; un pueblo donde de montaña en montaña nos llega el eco de los tambores del vudú haitiano; un pueblo donde hasta hace poco se echaba agua desde las casas a la calle después del paso de un cortejo fúnebre, “para que el muerto no se quede ahí”; un pueblo donde todavía se ponen las chancletas en cruz debajo de la cama con la oración dicha tres veces de: “San Pedro me dijo a mí que durmiera y despertara, que “La Pesadilla” tiene una mano agujereada”, para que al durmiente no le dé pesadilas; algo de superstición (no quiero fingir ingenua hipocresía) se podría decir hay en mí.
Para despegar de su víctima-huésped a una sanguijuela, hay que acercarle juego (como la lumbre de un cigarrillo por ejemplo). La rémora se adhiere tanto a los cascos de los barcos que acaba por destruirlos. Para arrancarme esa falsa creencia por completo, necesito penetrar más y más en el mundo de la Ciencias Médicas y de otras Ciencias y eso se logra en parte poco a poco. Mas luz del entendimiento pidió en su agonía el literato y poeta alemán Goethe, pero ¿que más saber iba a conseguir si ya se moría?
En fin, la narración de Carmelo me dejó un poco pensativo y temoroso. Y hasta como un niño pensé: _¿Y si el yip se rompe por aquí y nos agarra la medianoche? ¡Ay, mamá!
Sacudí la cabeza, me pegué más del asiento y el yip como gato cimarrón seguía “escarbando” el camino lleno de estiércol de chivo y de vaca.
Volvimos a “escalar” las lomas y ni Edmundo P. Hillary ni Tensing Norkay quienes alcanzaron el Everest, lo harían tan bien como el yip. Parecía una cabra.
Al fin, entre baitoas, palmas, mangles y bayahondas, una verdadera manigua, vimos a Los Pollos. Eran como las 3:45 ó 4 y pico de la tarde.
Siempre llevaba en mi mente encontrar un pobladito. ¡Imagínense: una casa constituía el paraje de Los Pollos! ¡Vaya, vaya!
Los Pollos según un precenso en Enero de 1969 tenía tres viviendas con 19 habitaciones. Javielito Nin con su familia vivía en este paraje.
Bueno, ¿y que?, ya llegamos. Estacionamos el vehículo frente a la gloriosa casa de Librado Trinidad que así era que se llamaba el señor que criaba a medias los chivos de mi papá. Preguntamos a su mujer Buenaventura Guzmán (quien había procreado con él 12 hijos, 8 varones y 4 hembras. Esta era “medio clara”, de mediana estatura, obesa y como de 45 a 50  años de edad) que si él estaba y nos dijo que estaba desde  hacía horas por Mella y que no tardaría en llegar. No nos explicó haciendo qué, ni tampoco nos interesaba saberlo. Nosotros sí le hicimos saber el motivo de la visita.
Decidimos esperarle y  la señora Guzmán (alias Germania, nacida en El Estero de Neiba) trajo hasta con cierta vergüenza, dos sillas. Se dio perfecta cuenta de que la observábamos. (¿Cuántas esperábamos que traería?). Para aliviarle más la situación provocada por nuestra visita, yo dejé que mi padre y Carmelo se sentaran y  opté por hacerlo en el asiento delantero del yip.
En la casa sólo estaban tres de sus hijos. Un joven con su mujer y una niña y un niño. Casi todo  el tiempo que estuvimos allí lo pasaron dentro de la vivienda.
Luego vi que en la parte de atrás de la casa (con “setos” de tabla de palma real dispuestas como en empalizada, techo de guano, puertas de “pencas” pero de palma cana y en igual disposición que las tablas de las paredes, y piso de tierra), como en una pequeña enramada (también cobijada de guano), había otro joven que bregaba con unas sogas. Visita tal vez.
Los balidos de los chivos y chillidos de algunos cerdos desgarraban el silencio. Un charlatán radio acabó de hacerlo por completo. Tenía un noticiario puesto. Una noticia me dijo cuándo se reabrían mis clases en la UASD.
Me cansé de estar sentado y curioso aún, quise saber de dónde provenían los balidos de los chivos. Me di cuenta que también detrás de la casa había un corral con algunos chivos.
Un gato comenzó a maullar de hambre y la señora Guzmán (hija de Madora, de Duvergé), apiadándose de él lo llamó con un: “¡Mis, mis, mis!” hacia el corral. Yo todo seguía con la mirada y vi como ella ordeñaba una chiva y en un cuesco de coco recibía la leche. (La cabra Amaltea no se sintió más orgullosa al amamantar a Júpiter como ésta lo estaba al dar alimento al gato). Tomó al minino y lo puso a tomar la rica, tibia y espumosa leche. En un santiamén el gato dio cuenta de su líquida merienda que era a la vez su desayuno, almuerzo y cena del día si no atrapaba algún ratón o alguna lagartija.
Oí a la madre cuando le dijo a los niños que querían acercarse al corral para ver el ordeño de la cabra: _“¡Quítense de ahí, que la niguas se les meten por las uñas!”. Se refería a la uñas de sus descalzos pies.
Cuando la señora terminó de alimentar al gato yo volví hacia donde estaban mi papá y Carmelo, pero al pasar cerca de la casa observé que dos ¨camas¨ eran barbacoas que como ¨colchón¨ tenían hojas secas de plátano. ¨Camas¨ y fogón (este último hecho con tres piedras montadas sobre un rectángulo de tierra) estaban juntos en una de las dos habitaciones de la casa.
Me apresuré en llegar hasta donde mi padre y Carmelo para que la señora Guzmán o algunos de sus hijos no notaran mi curiosidad que interpretarían como “frescura” o atrevimiento.
Luego la señora  Germania Guzmán llegó a nuestro lado y nos dijo: _“Ya los chivos no tardan en llegar con la tarde”. Y efectivamente el corral poco a poco se fue llenando de chivos. ¡Cuántos chivos Dios mío!
Al poco rato llegó el señor Trinidad montado a caballo. Sostenía un gallo de pelea en una de sus manos. Tenía Trinidad como 66 ó 70 años de edad. Era de color “indio oscuro”, alto de estatura, estatura que una cifosis reducía, y su musculatura era sólo fibras, fibras que hablaban de lo trabajada que había sido la existencia de Trinidad. Esta vez él vestía pantalón kaki y una camisa blanca manga larga. Volutas de humo salidas de su “pachuché” en espirales se elevaban al éter.
Al unísono se desmontó y saludó con un afable – “¡Buenas tardes!” el señor Librado Trinidad. Contestamos de igual manera el saludo y repetimos a él el motivo de nuestra visita. Enseguida ordenó que nos amarraran un chivo lo que fue hecho.
Poco conversamos con Trinidad porque pronto la noche se haría presente.
Regresamos con un chivo gritando todo el camino, y con un montón de vivencias inolvidables.
A poco nos enteramos que el señor Librado Trinidad había fallecido en Canoa, Vicente Noble, Barahona; mientras Guzmán* con los suyos se había ido, sellando con un adiós para siempre la existencia de este paraje duvergense.
Duvergé, R.D. 1980.
Periódico Hoy, 11 de julio de 1986, Pág. 8-A.
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* Hoy, en 1992, Doña Germania Guzmán es la lavandera en mi hogar de Santo Domingo. Su Cédula de Identificación Personal señala que es soltera, con estatura de 5´5¨ y que pesa 180 libras, además destaca su piel india, cabellos negros (asimismo sus ojos) y de ocupación Quehaceres Domésticos.
FUENTE: PEREZ Y PEREZ, RAFAEL LEONIDAS, ¨FUNDACION DE DUVERGE Y OTROS TEMAS¨, IMPRENTA OFFSET NITIDA, SANTO DOMINGO, 1992, PAGS. 144, 145, 146, 147, 148.
NOTA:  HICE NOMBRAR  A LA SEÑORA BUENAVENTURA GUZMAN (DOÑA GERMANIA) COMO ASIMILADA MILITAR DE LIMPIEZA, FF.AA.,  Y LABORO COMO TAL EN EL ENTONCES  HOSPITAL CENTRAL DE LAS FUERZAS ARMADAS Y LA POLICIA NACIONAL. YA NO ERA LAVANDERA EN MI HOGAR. MAS TARDE, UN INFARTO CARDIACO LA LLEVO A LA TUMBA EN SANTO DOMINGO DONDE RESIDIA JUNTO A HIJOS Y OTROS FAMILIARES. PAZ A SUS RESTOS Y QUE DIOS  TENGA EN SU GLORIA A ESTA ESFORZADA MUJER.
SIEMPRE LE PAGUE LO JUSTO CUANDO FUE LAVANDERA EN MI HOGAR.

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