Por Carmen Centeno. 11 de febrero de 2012
Existe en República Dominicana una tradición de obras dedicadas al Jefe, al temible dictador Leonidas Trujillo que reinara en el país del 1930 al 1961, fecha en que fue asesinado por sus opositores. Sin embargo, pocos años más tarde subió al poder Joaquín Balaguer quien fuera su íntimo asesor y uno de los intelectuales que validaron sus crímenes y su reconocido antihaitianismo que culminó en la matanza de 1937. El tiempo que duró Balaguer en el poder podría verse como la continuidad de las políticas trujillistas validadas por su alianza con la política norteamericana. Aunque en la actualidad hay una revaloración de lo que se conoce como el neotrujillismo, no es tan profusa la escritura sobre el poder balaguerista porque ha sido eclipsado por la obsesión o más bien la necesidad de fijar la memoria de lo que fue el tiempo de censura del trujillato.
La gran escritora dominicana Ángela Hernández a quien le debemos obras como Mudanza de los sentidos, Metáfora del cuerpo en fuga,Masticar una rosa, narraciones todas, junto a libros de poesía y ensayos, se dedica en su obra Charamicos, publicado por la Editorial Cole en el 2005, a develar las luchas que surgieron sobre todo en el ámbito universitario en contra del balaguerismo y a guardar la memoria de las múltiples formas en que se sobrevivía a lo que podemos llamar una dictadura. Parte importante del libro es que no sólo desarma la visión de un Balaguer letrado, como si hubiera sido demasiado distinto a Trujillo en su práctica política, sino que presenta la versión de aquellos que entendían que Balaguer había puesto no solo una guillotina en el cuello de los izquierdistas. De igual forma lo había hecho con las clases marginalizadas.
También la novela sirve como un repensar del pensamiento de izquierda, su división en diversos grupos, su falta de unidad y el predominio de lo masculino. El libro se centra en los años setenta y en las luchas juveniles siendo sus protagonistas, como ella misma señala en entrevista, jóvenes de 18 a 25 años. Ellos construyeron una resistencia fundamental para el cambio político y social. La autora se propone leer la historia del movimiento estudiantil y representarla críticamente sin olvidar el heroísmo y la audacia que éste tuvo que ejercer en defensa de la universidad y de su autonomía en el periodo posterior a la invasión norteamericana y del poder patriarcal y dictatorial de Balaguer.
Redactada en primera persona, en la obra se utiliza la técnica de intercalar secciones que son diálogos reflexivos entre sus dos personajes más importantes. “La lengua le es dada al novelista estratificada y plurilingüe”, afirma Mijail Bajtin y así es empleada en esta novela social y política que tiene un gran número de personajes.
El texto comienza con unas palabras que nos permiten ver la intención testimonial de la novela: “Los hechos que voy a referir son responsables de trastocar mi mirada y mi manera de ser”, son palabras de Trinidad, quien viene de fuera de la capital a hacer sus estudios. (p. 7) Acto seguido se narra la primera protesta que se describe en la narración. La misma se produce por el asesinato de un dirigente que había sido chofer del Hombre Brújula por años. El estudiantado coreaba “¡Joaquín Balaguer, asesino en el poder!”. La protagonista se inserta en la manifestación junto a Ercira, su amiga, protagonista por igual de estas páginas. Aparentemente, el gobierno estaba liquidando a los que se habían destacado en la Revolución de Abril que intentó colocar a Juan Bosch nuevamente en el poder y quien había sido electo presidente a comienzos de los sesenta.
Hernández describe con detalle la vida estudiantil y no tiene empacho en caracterizar las viles actuaciones de Balaguer:
…sus sabuesos te persiguen si portas un libro “subversivo”, sus sabuesos requisan vehículos noche y día, olfatean llagas en los que reprochan la ilegalización de las huelgas y la estricta austeridad dictada a los pobres. Los estudiantes en masa los encaran, formando una voz unánime para condenar la ola de terror, los derramamientos de sangre, la represión de las ideas. (p. 13)
Entre homenajes a las luchas de Chile y Vietnam se defendía a la universidad de “la lógica despótica del Presidente”, único lugar del país en que las cosas eran llamadas por su nombre: al crimen, crimen y a la demagogia, demagogia.
La presencia de una iglesia que estaba a favor del pueblo y que colaboraba con los elementos contestatarios es resaltada en la novela por medio del padre Erasmo Amir quien protegía lo mismo a perseguidos que a cortadores de caña. Recordemos que estos son los años en que toma auge la teología de la liberación y en América Latina, incluyendo al Caribe hispánico, había una iglesia escindida. Por un lado los conservadores, la iglesia amiga de la autocracia, como también se aprecia en la narración, y por otro una iglesia que tomaba “la opción preferencial por los pobres” que predicaban figuras como Ernesto Cardenal, Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff.
La fractura con la hispanofilia puede verse mediante el señalamiento de que el padre Amir sostenía lazos más estrechos y cálidos con los hounganes, sacerdotes del vudú, que con sus superiores. El reconocimiento de la existencia de otra religiosidad distinta a la católica es fundamental, ya que con ello se realza el legado africano de la isla y el influjo de la cultura haitiana.
La obra presenta un hecho histórico menos conocido que el de la matanza de haitianos: la masacre de Palma Sola. Esta consistió en el asesinato de campesinos y campesinas inspirados en el liborismo, doctrina de origen religioso e imbuida de mesianismo que llevaba su nombre por Oliverio Mateo, opositor de losmarines, es decir de la presencia norteamericana. Sus seguidores habían decidido construir una comunidad según sus creencias, lo que levantó la inquina del sector católico conservador. A la misma vez los sectores liberales del catolicismo fueron más laxos con los campesinos. Los hechos ocurrieron en el 1962, el día de los Inocentes y participó en él el Hombre Brújula, Francisco Caamaño, hecho que la autora incluye con el propósito de desmitificar su figura. Para la izquierda el “filón religioso” de los campesinos tal vez hacía la masacre menos importante y la matanza pasó sin pena ni gloria en sus filas, se reflexiona en la obra.
La representación que Ángela Hernández lleva a cabo de esos años estudiantiles es demoledora en cuanto al estalinismo y al socialismo de estado se refiere. Entre las citas de Ho Chi Ming, el Che y otras figuras del pensamiento de izquierda a quienes diferencia de Stalin, la autora inserta el análisis de los grupos que componen la izquierda estudiantil y del país, haciendo ver que algunas colectividades estaban infundidas de un pensamiento autoritario y hasta simplista en sus análisis. En los cursillos teóricos por ejemplo, se veía lo siguiente:
Según lo aprendido en el cursillo, al ser estudiante yo era una pequeño burguesa. Mi madre fue dueña de diez tareas de tierra (que heredé); de modo que éramos pobres, hasta muy pobres, pero al mismo tiempo, al no ser proletarias, sino pequeñas productoras (de empanadas) procedíamos con los vicios del pequeño productor; careciendo del sentido colectivo de los obreros, nuestro sector social formaba parte del atraso, con ineluctables tendencias al individualismo. (…) No pertenecíamos a la vanguardia. (p. 68)
El mismo concepto de vanguardia es criticado en esta enjundiosa narración que critica tanto a Balaguer como a ciertas facciones de la oposición. En ciertos momentos las palabras contra el capitalismo de estado de la Unión Soviética son contundentes. “Si aquí es donde los proletarios ‘tienen el disfrute de su bien’, la cosa es para espantarse, pues en la Unión Soviética los que ‘dirigen el tren’ no son obreros sino codiciosos funcionarios, sin escrúpulos ni fe de ninguna naturaleza”, cuenta el personaje de Fernando en una carta.
La vanguardia casi siempre estaba formada por hombres, pero aquí tanto Trinidad como Ercira, personajes principales, juegan un papel relevante. Audaces y valientes actúan en la militancia y a la vez son teóricas que compiten en el mundo masculino en el que siempre hubo hombres que las apreciaron. Es importante notar que en esta producción discursiva las mujeres no son actantes pasivos sino entes que participan activamente de la historia y que contribuyen a cambiar su curso. Es desde la perspectiva femenina que se critica a la izquierda y su falta de unidad, lo cual le restaba poder de convocatoria. He aquí el acto transgresor de la escritura de Hernández. Pocas novelas femeninas abordan temas como el del movimiento estudiantil y satirizan algunos de sus desvíos, a pesar de la gran admiración por éste que se desprende del texto.
El apresamiento de Ercira nos revela escenas conmovedoras. Su tortura, el uso de métodos practicados por Los Intelectuales, organismo represivo que no tenía nada que envidiarle a los que se inventaron el Plan Cóndor en América Latina, nos muestran el estado de sitio en que se encontraba República Dominicana. Es aquí cuando hace su aparición Aridio Hormelo, destacado dirigente que pide ayuda para Ercira y que esta fuera visitada en la cárcel para garantizar su sobrevivencia. Estas escenas están llenas de una hermosa solidaridad que conduce al amor entre Aridio y Ercira y que nos hace evocar el título de uno de los libros de Eduardo Galeano: Días y noches de amor y de guerra. Pronto la resistencia que nada detenía provocó allanamientos y el respaldo de las fuerzas norteamericanas. Doña Manuela, la madre de Aridio, sufría la intromisión número 26 en su casa en un año. Esto nos recuerda que Dedé, la hermana Mirabal sobreviviente, declara en sus memorias las múltiples ocasiones en que fue objeto de allanamientos bajo el régimen de Balaguer.
Aridio Hormelo fue asesinado, otros más también y otros cientos perseguidos y torturados, pero la universidad siguió siendo baluarte, una frontera ante el pensamiento monológico. Las diferencias entre los izquierdistas no constituyeron óbice para detener la toma de la casa letrada. La visión crítica de la autora la aleja de simplificar el movimiento estudiantil de izquierda, dividirlos entre los buenos y los malos. Mas bien lanza una crítica constructiva y antipatriarcal de aquellos movimientos. Los actos representados la llevan a condolerse de aquellos que murieron o que trastocaron sus vidas por los terribles sucesos de represión y a rendirle homenaje de forma implícita a todos los que construyeron en la universidad una frontera, un espacio para el pensamiento libre.
Es lamentable que el intercambio de libros entre República Dominicana y Puerto Rico no fluya como debiera y los puertorriqueños nos perdamos lecturas imprescindibles para entender no tan solo el Caribe literario sino su propia historia. Recordemos a Hayden White cuando nos hace ver que la línea divisoria entre lo histórico y lo literario es a veces muy fina. En este caso, la obra hace alusión directa a figuras reales-Bosch, Balaguer, Caamaño_ y en otras enmascara a sus personajes, como ha señalado la periodista Ángela Peña. Es a veces la literatura el lugar desde donde nos llega la epifanía, el saber que construye otros saberes y que abre espacio a nuevas investigaciones. Así ha sucedido con las novelas obreras que informan los textos históricos de Carmelo Rosario Natal o de Eileen Suárez Findlay. ¿Quién recogerá en su narrativa la historia del valiente y también heroico movimiento estudiantil puertorriqueño? Creo que las circunstancias vividas en nuestra universidad ameritan al menos una buena crónica, ni simplista ni almibarada como no lo es Charamicos, sino crítica, atrevida y desmitificadora, precisa en su palabra, como la obra de Ángela Hernández. “La historia, árbol de sombra ávido de luz”, como dice su autora, la reclama.