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Catucho: para historiadores solamente.

Cartucho: para historiadores solamente.

Por José C. Novas.

Recientemente participé en un conversatorio en el que estuvimos como invitados el historiador José L. Vásquez Romero, ganador del premio nacional Vetilio Alfau Durán con su libro “El modelo anti caudillista y desarrollista del presidente Ramón  Cáceres 1905-1911” y este servidor que expuse sobre el contenido de mi obra “El presidente Cáceres: fabula del progreso, el orden y la paz”.

En la discusión actuó como moderador el historiador y catedrático Reynaldo Espinal y estuvieron como invitados los doctores Ramon Gómez Cerda, Abigail Cruz Infante, los investigadores José del Castillo y Rafael Darío Herrera, además del nieto del presidente asesinado don Mario Cáceres.   

La discusión fue por demás edificante, a pesar que el libro del profesor Vásquez Romero y el mío plantean dos tesis diametralmente opuestas.  Estas fueron mis consideraciones sobre la figura del presidente Ramon Cáceres, en mi caso lo haré basado en aspectos contenidos en los libros “El modelo anti caudillista y desarrollista del presidente Ramon Cáceres 1905-1911” escrito por el historiador Jose L. Vásquez Romero, y “El presidente Cáceres, fabula del progreso, el orden y la paz”, una obra de la que tuve la honra de publicar al cumplirse en centenario de la muerte del controvertido presidente dominicano.

Como punto de partida establecí que todo hecho histórico es consecuencia de las circunstancias que le preceden, y que los antecedentes a su vez pueden ser diversos en su naturaleza, que los eventos que definen el pasado de un pueblo se circunscriben a las luchas que trazan su destino, o sea, que en la historia aplica la ley de causa y consecuencia.

Que en nuestra experiencia la historia en muchas partes del mundo se expuesto acomodada de los que triunfan en el marco de las luchas sociales, y que jamás la crónica sobre los derrotados ha trascendido; un análisis del pasado dominicano demuestra que no somos la excepción a esa regla, y en lo personal creo que esa debilidad que se evidencia la crónica del pasado dominicano y se debe a la simplicidad con la que un segmento de los historiadores aborda la exposición de algunos hechos trascendentales.

La hipótesis anterior lleva a la conclusión de que ciertos aspectos del pasado en nuestra sociedad se han presentado en forma retorcida, a veces por ignorancia, otras por falta de documentación, otras para satisfacer intereses de clases, de parentescos familiares o reputaciones a veces inmerecidas, lo que implica que los que decidimos ejercer el oficio de obreros de la investigación al escribir sobre la historia tendremos que asumir el compromiso de llenar esos vacíos, si deseamos proveer al pueblo dominicano  de textos que encamine la sociedad por el sendero de la convivencia pacífica y que alcance la felicidad colectiva.

En torno a la memoria de Ramon Cáceres, quien fue presidente de la república desde finales de diciembre de 1905 hasta el noviembre de 1911 cuando cayó abatido mientras transitaba por el camino de Güibia en un coche y fue atacado a tiros por un grupo de conjurados.

Sobre su vida se han manejado versiones, que en lo personal y después de mis investigaciones, yo he calificado como “fantasías”, posiblemente creadas para sellar en su recuerdo una aureola de virtudes o buscando exonerar su figura de la responsabilidad que tuvo en hechos reñidos con el interés nacional, o talvez para atribuirle acciones en las que nada tuvo que ver.

Con el señalamiento anterior no quiero decir que el general Cáceres fuera absolutamente bueno o malo, no se trata de una valoración de su persona para deshumanizarlo, lo que deseo poner sobre la discusión son sus acciones con pruebas sobre su proceder político en su mandato, basado en la documentación que soporta nuestro libro, en el cual queda demostrado que las iniciativas emprendidas como soldado de la nación lo retratan como un déspota.

Si nos acogemos a lo que se ha reportado en torno a su carácter, me parece que el propio Mon Caceres, habría rechazado lo que sobre su persona se ha dicho, para atribuirle virtudes que entendiera que no le correspondían o que cambiaba la esencia de lo que fue su conducta con el fin de cargarle méritos.

Hoy trataré consideraciones que entiendo oportunas para el debate sobre el periodo convulsivo que nos ocupa, porque a todas luces los conceptos que se difunden sobre Caceres y su época están arraigados en la conciencia del pueblo dominicano y lo menos que necesita la sociedad es que le dibujen falsas acciones a las figuras de su pasado.

Se ha especulado que la participación de Ramon Cáceres en la conjura que culminó con la muerte del dictador Ulises Heureaux estuvo motivada por sus convicciones políticas, el contenido de mi libro demuestra citando documentos de la época que las razón por la que participó en la conjura fue de índole puramente económica, que el elemento político dentro de la conspiración en la que murió Lilis lo representaba la figura de Horacio Vásquez y que por encima de Horacio, estaba la reputación de Juan Isidro Jimenes que era en ese momento el político opositor de mayor arraigo en las masas.

Se impone señalar que cuando se produjo la muerte de Lilis, sobre la fama que con el magnicidio adquirió el general Mon Cáceres estaban las reputaciones de generales Andrés Navarro, Demetrio Rodríguez, Miguel -Guelito- Pichardo, Higinio Arvelo, Desiderio Arias y Toribio García y otros.

Hasta el 26 de julio de 1899 cuando se produjo el atentado contra Lilís, Ramón Cáceres era una figura desconocida en el ámbito nacional, un ciudadano ordinario que vivía en la aldea de Estancia Nueva en la villa de Moca. Hasta ese momento cuando se mencionaba su nombre era para señalar que era hijo del asesinado general asesinado Manuel -Meme- Cáceres o que vivía ocupado de los negocios de su familia, vinculados al transporte de bienes agrícolas a través de recuas.

El 16 de agosto de 1897 fueron inauguradas las líneas del ferrocarril central, que hasta el momento era la obra de ingeniería más importante construida en el territorio nacional desde la fundación de la república. La apertura de ese medio de transporte motorizado llevó a la quiebra el sistema tradicional de recuas y los negocios de la familia Cáceres fueron de los más afectados, ahí es donde se origina la participación de Mon en la conspiración.

Quiero puntualizar en esto, porque antes del magnicidio de Lilis, la generalidad de los dominicanos no sabía quién era Ramon Caceres, fue aquel evento que puso su nombre en el escenario nacional e internacional, porque la noticia sobre la muerte del dictador recorrió el mundo civilizado en cuestión de horas.

Las historias novelescas que han circulado sobre la vida y obra de Mon Cáceres son diversas y constituyen una estampa para esa etapa de la historia del pueblo dominicano. Una de esas afirmaciones es la que tiene que ver con la creación de la Guardia Republicana, totalmente errónea porque lo que hizo Mon Cáceres fue el cambio de nombre a la Guardia Rural, rebautizada durante su mandato y que la tradición oral arrastró hasta nuestros días y se conoce como la Guardia de Mon.

Debo establecer que ese cuerpo uniformado no fue ideado por el general Cáceres como se ha establecido, se ha ocultado por generaciones el nombre de su verdadero fundador, que fue el almirante Grayson M. P.  Murphy, un soldado de Estados Unidos de quien se tiene suficiente información en documentos que se conservan en museos navales de Estados Unidos, los cuales señalan que ese oficial fue usado por esa nación para organizar cuerpos similares en Cuba y en Nicaragua.

El almirante Grayson M. P. Murphy creaba las guardias rurales en contubernio con las autoridades en las naciones señaladas, a fin de proteger los intereses de Estados Unidos, o sea de sus entidades bancarias, corredores de la bolsa de valores, inversionistas de industrias agrícolas, y otros servicios.

Sobre la obra del historiador Jose L. Vásquez Romero “El Modelo Anticaudillista y Desarrollista del presidente Ramon Cáceres 1905-1911, en lo personal, no tengo nada para decir que pueda interpretarse como prejuicio contra el contenido de su libro, de lo que se trata en lo que digo es de las diferencias de criterios en nuestra condición de investigadores del pasado.

Con respecto al ascenso de Mon Cáceres, la obra de Vásquez Romero expone y cito: “que cuando Ramon Cáceres fue elegido como primer mandatario de la nación se hizo de manera constitucional”, tengo para decirle a la audiencia que nos honra con su atención, que Ramon Cáceres no fue escogido para ocupar el cargo, que su ascenso se produjo a raíz de una conspiración que culminó en un golpe de estado que puso fuera del poder al presidente Carlos Morales Languasco en diciembre de 1905.

En la descripción que hace Vasquez Romero sobre la llegada de Cáceres a la presidencia, (en la página 203) afirma (cito): “que lo insólito de aquel evento es que el presidente (en referencia a Carlos Morales) descendió de su condición de gobernante para aliarse a la oposición que protagonizaba una resistencia armada, en un esfuerzo por imponer su autoridad legal, lo que condujo al suicidio irrevocable”.

(Me permito leer el despacho -que para esos días fue calificado de urgente- enviado al secretario de Estado por el Embajador Thomas C. Dawson desde la Legación de E.U. en Santo Domingo previo a los hechos que elevaron a Cáceres al cargo de presidente de la república donde el diplomático reportaba la existencia de una conspiración.

Sobre el general Ramon Cáceres cuelga la reputación infame de haber sido el único gobernante dominicano en imponer en una región del país campos de concentración con el propósito de consolidar el régimen para favorecer iniciativas de inversionistas extranjeros. Asi fueron despojados miles de dominicanos de los predios donde se agenciaban la subsistencia para cederlos a una industria azucarera extranjera que a la larga implementó un sistema de explotación laboral que cambió la vida de los dominicanos; para justificar sus actos, el general Caceres auspició una reforma constitucional, leyes en detrimento del erario público y contra la soberanía económica del país. Las leyes agrarias aprobadas durante el gobierno de Cáceres tuvieron efectos adversos en la mayoría de la población dominicana, que para la época era rural en casi su totalidad.

Otro aspecto a observar sobre el libro de Vásquez Romero es lo que refiere a la relación que el régimen de Cáceres mantuvo con los intelectuales de la época y según plantea (cito): “ese vínculo constituyó un componente en la consolidación para llevar a efecto las reformas estructurales en las instituciones del estado”.

Ese concepto me hace pensar en el paralelismo existente entre los que para la época se hacían llamar “discípulos de Hostos” y los que hoy se califican como “discípulos de Juan Bosch”. Se impone aclarar que tanto Hostos como Bosch indistintamente mostraron ante la sociedad dominicana con un comportamiento modesto, sin alardes ni ostentaciones, mientras que los que en uno y otro caso se proclamaron como “discípulos”, traicionaron los ideales de esos dos genios de las ideas políticas y repudio a las dominaciones extranjeras, sino que se apartaron de la enseñanza de los maestros y cayeron en la depredación de los bienes públicos y en las ostentaciones.

Debo señalar que la medida de mayor trascendencia adoptada por el presidente Cáceres durante su mandato fue sin dudas el tratado conocido como la Convención de 1907, un convenio leonino que puso en manos de agentes de otro país el manejo de los ingresos de las aduanas siguiendo órdenes de un gobierno foráneo para favorecer instituciones crediticias y bancos extranjeros, que además, legalmente autorizaba al país inquisidor a invadir su territorio en caso de que las autoridades locales no cumplieran con los compromisos financieros

La elaboración de la ley que culminó entregando el manejo de las colecturías del país fue obra de la complicidad de los intelectuales asociados al presidente Cáceres, muchos de los cuales se proclamaban como “discípulos de Hostos”. Esa iniciativa tuvo una honrosa excepción en el diputado por la provincia de Santiago de los Caballeros, el señor Santiago Guzmán Espaillat, quien prefirió sacrificar su futuro politico y se apartó de la vida pública para no caer en la infamia de votar a favor de una Convención con la que no estaba en desacuerdo.

El historiador Vásquez Romero plantea que el caudillismo prevalente en la sociedad dominicana fue el principal elemento del estado de inestabilidad que vivía en el país, poniendo esa tendencia por encima de la geopolítica adoptada por Estados Unidos y exonerándolo de toda responsabilidad, ya que esa nación era la fuerza detrás de la imposición de la Convención de 1907, que según el historiador Manuel de Js. Troncoso de la Concha “no fue la libre y espontanea decisión de los dominicanos, sino la aceptación de una esclavitud unificada para evitar el desmembramiento de la república”.

Sobre el magnicidio que arrebató la vida al presidente Cáceres (en la página 20) el libro de Vásquez Romero atribuye a “resentimientos” los motivos que tuvieron los conjurados, afirma que el gobernante conocía que se gestaba una conspiración, pero que no actuó oportunamente’. Esa hipótesis me parece reciclada, porque sobre la muerte de Lilís fue planteada una similar en 1899 y otro análisis muy parecido fue argumentado en 1961 cuando se produjo una emboscada que segó la vida del dictador Rafael L. Trujillo, uno y otro para mí constituyen relatos fantasiosos, porque ningún gobernante (especialmente un dictador) que esté informado de que alguien conspira para matarlo, se queda con los brazos cruzados a esperar a que se produzca la muerte.

Concluyo, este diciendo que “los resentidos” que a los que refiere el autor, eran en su mayoría reconocidos horacistas, el partido que elevó a Cáceres al poder, y que muchos de ellos ocupaban cargos en el gobierno Caceres como fue el caso de Luis Tejera, el lider de la conspiración, un cercano a Cáceres que entró en contradicción  con el presidente, porque estaba en desacuerdo con la Convención Dominico Americana que tuvo enfrentamientos verbales con el Embajador de Estados Unidos por esas razones, esta discusión podría extenderse por varias horas, pero ese fue en el fondo el catalizador de la conjura que condujo al magnicidio.


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